Por Dr. Nelson I. Colón Tarrats / Presidente de Fundación Comunitaria de Puerto Rico

Con cara de causa probable es como se describe un joven negro puertorriqueño —abogado de formación— cuando un policía interviene con él. La misma aprehensión mostraron los jóvenes de Loíza, en un grupo focal en el que se les pedía que compartieran sus experiencias con el racismo en Puerto Rico. Estos jóvenes contaban que cuando los policías intervenían con ellos en su barrio, sabían que los iban a “voltear”. Es decir, tirarlos al piso, voltearlos boca abajo, voltearle los bolsillos y apropiarse de su dinero.

De igual manera cuentan que cuando entran a un reconocido centro comercial la seguridad del lugar los persigue, los cuestiona y los hostiga. Una experiencia similar a la de George Floyd en Minneapolis, ocurrió hace varios años en el área de Cupey cuando un policía mató a un joven negro. La patrulla policiaca recibió una llamada del 911 informando sobre un asalto en progreso en un Burger King. Cuando llegó el patrullero vio a un joven corriendo por la ladera detrás del establecimiento, desenfundó su arma y de diez tiros lo mató. El joven José Vega Jorge —medallista Centro americano, campeón de karate, estudiante sobresaliente y negro— perseguía al asaltante.

Estas son distintas manifestaciones del prejuicio sistémico que permea en las instituciones en Puerto Rico. 

El prejuicio sistémico es la expresión de una cultura de degradación hacia grupos particulares en la sociedad. Pueden ser personas negras, integrantes de la comunidad LGBTQI+, mujeres y muchos otros grupos que son marginados, excluidos y vejados porque no se ajustan a lo que se define, desde el poder, como la “norma”.

El caso de George Floyd nos recuerda cuales pueden ser las consecuencias fatales del prejuicio sistémico.

El prejuicio racista, enraizado en los sistemas de funcionamiento social, no solo se manifiesta en la consecuencia última de arrancarle la vida a un ser humano.

También se observa en las micro agresiones vividas a diario por las personas negras al no ser atendidas adecuadamente en los establecimientos comerciales; en la exclusión de los roles de liderazgo en la gestión pública; y la ausencia de una narrativa de afirmación negrista en los medios de comunicación. De una forma más profunda están las heridas ocultas infligidas por el rechazo de las familias cuando se da una relación entre una joven blanca y un joven negro. 

Estas experiencias no son únicamente individuales y aisladas.  A un nivel más sistémico, los estudios del Centro de Investigación Censal de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Cayey, demuestran que las personas negras en Puerto Rico tienen mayor desempleo y menos acceso a la salud.  El secreto por todos compartido en Puerto Rico es que el colorismo está presente en todos los órdenes de la vida en Puerto Rico: mientras más claro el color de piel mayor aceptación social habrá.

La muerte de George Floyd nos hace un llamado a reflexionar en Puerto Rico sobre el impacto del racismo en la sociedad.  

La consecuencia del racismo, en su mirada más amplia, es una perdida monumental de capital humano.  Hay personas negras que mueren como resultado de la óptica racista. Y hay personas negras que quedan rezagadas por las barreras de acceso a la salud, a la justicia, al arte, a la educación de calidad y muchas otras áreas de la vida social en Puerto Rico.  La pérdida de talento —como resultado de las amenazas a la vida misma y las barreras de exclusión— tiene un enorme costo social y económico para todas las personas en Puerto Rico.

Estas muertes —tanto la de Floyd como las otras ocurridas en Puerto Rico— son un recordatorio para que toda la sociedad puertorriqueña reconozca su racismo expresado a través del colorismo que otorga mayores privilegios y aceptación a las personas con la piel clara. Esta aceptación y reconocimiento nos dará el aire social y emocional plasmado en el último grito de vida de George Floyd: “Déjenme respirar”.

Foto por munshots on Unsplash

Esta columna fue publicada posteriormente en El Nuevo Día.